Por J. Antonio Aspiros V.
Perdonarán los lectores poco o nada interesados en la cultura, que esta pluma se ocupe hoy de un asunto literario, cuando la agenda cotidiana aconsejaría comentar, por ejemplo, la impotencia o pasividad con que la sociedad se entera con frecuencia de cómo sus representantes en el Congreso están más plegados a los poderes fácticos, que a sus compromisos con los electores y a las expectativas populares. Ya la pagarán.
Pero prefirió ocupar este espacio para destacar algunos datos a propósito de la publicación, con gran despliegue mediático, de un libro más sobre Gabriel García Márquez, precisamente en los días en que fue celebrado el 540 aniversario natal de Erasmo de Rotterdam, el patrono de los correctores de estilo, agrupados en México en la asociación civil Profesionales de la Edición (PEAC), que organizó un gran festejo.
Se trata de Gabriel García Márquez: Una vida, del ensayista británico Gerald Martin, que, como otros textos acerca del personaje, entre ellos Vivir para contarla (autobiográfico), El viaje a la semilla (Dasso Saldívar) y El olor de la guayaba (Plinio Apuleyo), tampoco dice todo sobre el escritor a pesar de sus 700 páginas, pero los medios le dieron gran difusión y eso es en sí mismo noticia, ahora que groseramente han desaparecido las secciones de cultura en las publicaciones mexicanas, o se han fundido con sociales y espectáculos en las páginas de ‘entretenimiento’.
Entrevistado por Notimex (sí, aún existe), Gerald Martin coincidió con Pablo Neruda en que García Márquez es el Miguel de Cervantes de América Latina, y recordó que, ya antes, Carlos Fuentes había considerado a Cien años de soledad como “la Biblia americana”, y Christopher Domínguez había llamado al Nobel colombiano “el Homero de América Latina”.
El juicio más importante es, sin embargo, el de cada lector, pero el tema lleva a otras reflexiones.
Por ejemplo, es frecuente que, quienes no saben redactar, ni les importa -por aquello de que “está mal escrito, pero se entiende, ¿no?”-, califiquen a cuantos usan bien el idioma aprendido en la escuela, como “puristas del lenguaje”, una expresión más desdeñosa que de reconocimiento, con la cual se justifican y defienden los que la emplean.
Esas personas serían felices si los académicos le hubieran hecho caso a García Márquez cuando, en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española (Zacatecas, 1997), pidió que “simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros” y “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna”.
Pero el Nobel colombiano dijo lo anterior en un contexto adecuado, difícil de reseñar en este espacio pero que justifica sus exhortos, y, además, congruente con una expresión menos conocida de él: que el único deber “revolucionario” de un escritor, es escribir bien. Lo declaró en una entrevista, posiblemente en respuesta a una pregunta provocadora, dada su amistad con el artífice mayor de la Revolución Cubana.
Por cierto, ambos, García Márquez y el comandante Fidel Castro, son las dos figuras de América Latina "más importantes del siglo" XX en sus respectivos quehaceres, en opinión, muy atinada, del ensayista Gerald Martin.
El famosísimo autor de tantas obras de ‘realismo mágico’, o de ‘lo real maravilloso’, como fue clasificada su literatura, ha reconocido que sus muchos errores al escribir han sido corregidos por profesionales de la revisión de textos, los cuales se resisten a la extinción y quienes, en México, en homenaje a Erasmo de Rottedam celebraron el Día Internacional de la Corrección de Estilo de manera diferida (y divertida, cazando ‘perlas’ gramaticales al estilo Nikito Nipongo) el pasado 7 de noviembre, ya que el aniversario natal del pensador neerlandés es el 27 de octubre.
Erasmo fue un humanista del Renacimiento, pensador rebelde, autor de Elogio de la locura y otros libros (algunos censurados por la Inquisición), que trabajó en imprentas como traductor y corrector, y por ello es el patrono de los correctores de estilo, una actividad que, en México, se parece a la de los organilleros: quedan algunos y no ganan bien, aunque ayudan a cumplir con deberes “revolucionarios”. Viven mejor quienes los motejan como “puristas del lenguaje”.
Post Data.- En opinión de la presidenta de PEAC, Ana Lilia Arias, la Profeco debería atender las quejas por libros mal escritos o con erratas, y sancionar a sus editores.
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