Por J. Antonio Aspiros V.
Hace 60 años fue creado en México el Instituto Nacional Indigenista (INI) y, en Nueva York, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) emitió la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ambos hechos sucedieron -en una simbólica coincidencia- en diciembre de 1948, mismo mes en que una Virgen morena se apareció al nativo Juan Diego (1531), y 45 indios tzotziles fueron asesinados en el poblado de Acteal, Chiapas (1997)..
El INI -que desapareció en el sexenio foxista- tuvo entre sus objetivos proteger a los indígenas de la explotación y desigualdades establecidas a través de los siglos, propiciar las condiciones necesarias para el mejoramiento social y económico de sus comunidades, y resguardar el desarrollo de las artes e industrias populares. ¿Cumplió en todo?
Los derechos humanos de los pueblos autóctonos, empezando por el respeto a su dignidad y su cultura, quedaron en letra muerta y para verificarlo basta con ver a tantos indígenas afuera de elegantes comercios de nombres extranjeros, en busca de una caridad que muy pocos les dan.
El gobierno de Vicente Fox creó la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y el Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas, así como universidades destinadas a la educación intercultural; éstas, dicen expertos de la Universidad Autónoma Indígena de México (UAIM), de Sinaloa, para transformar a los nativos "a imagen y semejanza de los mestizos".
La fecha del 12 de diciembre nos recuerda el episodio en que la Virgen de los conquistadores extremeños, la de Guadalupe, se apareció a Juan Diego con una tez cobriza semejante a la suya y rubricó la conversión de los indios a la nueva religión. "México, siempre fiel".
Y nos recuerda -como acotación- las penurias de aquel extraordinario teólogo liberal que fue fray Servando Teresa de Mier, después que, el 12 de diciembre de 1794, ante el virrey y el obispo puso en duda esa aparición y fue degradado, inhabilitado y desterrado. Dos siglos después, la Iglesia encontró pruebas de que Juan Diego Cuauhtlatoatzin existió, fue objeto de culto e hizo milagros, por lo que Juan Pablo II -devoto guadalupano- lo beatificó y después lo canonizó.
Otros indígenas, devotos también, rezaban en una ermita de su comunidad chiapaneca, Acteal, el 22 de diciembre de 1997, cuando fueron atacados por asesinos -vinculados al poder local y con impunidad para los autores intelectuales- y 45 perdieron la vida, en su mayoría mujeres y niños. Iban a cumplirse, días después, cuatro años de la presentación pública del también vernáculo Frente Zapatista de Liberación Nacional.
Por cierto, en un análisis sobre las universidades interculturales, los analistas de la UAIM Eduardo Andrés Sandoval y Ernesto Guerra García se refieren a "los intereses particulares de mestizos" y las "políticas racistas o de confrontación política" dentro de esas instituciones, y ejemplifican con la opinión del funcionario de uno de esos planteles: "Es una universidad con gran mayoría de indígenas, pero tenemos miedo de estar formando a nuevos Marcos".
A 60 años de que los derechos humanos son una prioridad universal, y de que México creó instituciones para combatir la explotación y las desigualdades en que viven los dueños primigenios de estas tierras, la política indigenista -ahora enmarcada en la globalización- sigue empeñada en integrar a los indios a la vida nacional, pero privilegiando el concepto liberal de los derechos individuales sobre el indígena de los derechos sociales.
Porque, como señalan Sandoval y Guerra, "las culturas indígenas (…) mantienen distintas visiones del mundo, otros saberes, valores éticos y estéticos así como otros fines de su existencia". Eso no se quiere entender, ni se les respeta.
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