miércoles, 5 de julio de 2023

Inteligencia animal

Por Teresa Gurza.
Aumentan las investigaciones que demuestran que los animales tienen inteligencia, sienten, sueñan, eligen a sus amigos y comunican sus emociones.


Todos hemos visto perros dormidos que se quejan y ladran como si tuvieran pesadillas y pájaros, peces, hormigas, changos y mariposas, que se tocan como saludándose.

Y hay animales tan expresivos como Camila que tras olerle el hocico a Beyoncé, a la que doy comida especial para fortalecer sus defensas porque va a cumplir 16 y quiero que su vejez sea lo más sana posible, me mira como reclamando que a ella le toquen solo croquetas.

O el pececito rojo que un año que no pude tener mascotas mayores porque viví en departamento, subía a la superficie de la pecera para que le sobara el lomo.

O la chihuahua Pingüica, que con desesperación le masajeaba la panza a su cría muerta y se negó más de dos horas a que sacara el cuerpo de su perrera.

O la Vampira, que orgullosísima me jaló del pantalón para que fuera a ver a sus cuatro recién nacidos que colocó en 4 cojines, que no sé cómo pudo bajar recién parida de dos sillones.

O el Lobo, que le sobaba la barriga a Shuba minutos antes de que nacieran sus perritos, y estuvo al pendiente de ellos durante semanas.

O el policial Sultán que organizaba 12 perros de diferentes razas, para cazar conejos en las esparragueras de Polpaico.

Entre otras muchas cosas relacionadas con la inteligencia animal, les he platicado aquí de abejas que bailan señalando con giros donde hay más flores, ardillas que detectan drogas, caballos y delfines que ayudan a niños autistas a relacionarse, cachorritos que se abrazan por estrés.

Pulpos australianos que usan sus tentáculos para empapar a cuidadoras y fundir focos en venganza por su reclusión en pequeños acuarios, que perforan con disimulo para escurrirse al océano en horas de silencio.

Vacas que se hacen las dormidas para no trabajar, elefantes a los que encanta oír música, focas chilenas a las que vimos y oímos aplaudir ballenas que cantaban cerca de Valdivia y pingüinos que peinan a sus pichones para las fotos.

Caballos y perros que regresan a sus casas tras ser llevados, o abandonados, a miles de kilómetros de distancia.

Ardillas que piden agua cuando detectan paseantes con botellita en la mano, animales marinos y terrestres que se acercan a humanos pidiendo ayuda para salvar a sus crías.

Osos y gorilas que muestran su gozo cuando los liberan tras años aburridos y estresados en jaulas diminutas.

Y las increíbles amistades que se forman entre animales de distintas especies.

Los ejemplos sobran.

Y un artículo de Silvia Hernando publicado el 14 de abril en El País que resume varios estudios sobre el comportamiento animal sostiene “tienen capacidades, emociones y comportamientos altruistas, que creíamos reservadas a los seres humanos”.

Uno de los entrevistados, el primatólogo neerlandés Frans de Waal, recuerda que hace un siglo pioneros en el tema fueron desautorizados por sus colegas.

Y celebra que las jóvenes generaciones de científicos estén dando mayor atención a la mente animal y a sus capacidades de sentir y pensar.

Con él coincide, David M. Peña-Guzmán profesor mexicano que da clases en la estadounidense Universidad Estatal de San Francisco, California y autor de Cuando los animales sueñan.

Señala que el peso del conductismo, rama de la psicología que analiza el comportamiento a partir de estímulos y respuestas, ha ocasionado que los animales hayan sido considerados durante muchos años por la Ciencia como máquinas biológicas.

Susana Monsó, autora de La zarigüeya de Schrödinger, afirma que todos los animales, “desde las diminutas hormigas hasta las descomunales ballenas”, comprenden y reaccionan ante la muerte.

Y que el temor de caer en el antropomorfismo, tendencia a ver cualidades humanas donde no las hay y atribuir a los animales estados mentales que no tienen, llevó a la antropectomía, que consiste en no ver en los animales “cualidades humanas” que sí poseen.

Al respecto, Frans de Waal contrasta el antropocentrismo o manía de colocar al humano como medida de todas las cosas, que ha sido usado para evitar que nos atrevamos a comparar a los humanos con otros animales.

Y la científica neerlandesa Eva Meijer, autora de Animales habladores, destaca su capacidad para transmitir información.

Se refiere entre otros, a las aves con sus cantos, murciélagos que usan nombres diferentes para llamarse unos a otros, grupos de ballenas que tienen dialectos propios primates que han aprendido palabras humanas.

Y elefantes que tienen un extenso vocabulario en el que hay incluso, un sonido con dos significados: humano y peligro.

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