Por Teresa Gurza.
Hoy voy a contarles algunas tradiciones navideñas de países donde he vivido: Estados Unidos, Checoslovaquia, Alemania, Chile y por supuesto México.
En todos se adornan árboles y hay fuegos artificiales, que en Rusia son lanzados por cañones de guerra y se llaman Salyut.
En México ponemos Nacimientos, en Chile se llaman pesebres, y del 16 al 24 de diciembre hacemos “posadas” por los 9 meses de gestación del Niño Dios y con velitas encendidas y cantando, pedimos alojamiento para la Sagrada Familia.
Una vez que los anfitriones lo dan, bebemos ponches de guayaba, tamarindo, jamaica, cañas, manzanas y tejocotes, con o sin piquete -alcohol- se reparten aguinaldos con golosinas y regalitos y agarramos a palos, a las piñatas.
La tradicional es la estrella de siete puntas, que atacamos como si de verdad fueran los pecados capitales que representan y que al quebrarse sueltan como recompensa, frutas y dulces.
La cena va de guajolote al horno, romeritos con mole y bacalao a la vizcaína, a tamales, pozole y atole.
A EU me lo salto porque me choca el panzón Santa Clos que inventó la Coca Cola hace casi cien años, cambiando tradiciones centenarias por el consumismo y es casi universal.
Pero no en Rusia donde a muchos grados bajo cero y sol radiante, festejan al abuelo del frío, Ded Moroz y a su nieta la doncella de las nieves, Snegúrochka y salen masivamente a patinar sobre hielo al parque Gorki al compás de música clásica
La Iglesia Ortodoxa se rige por el calendario juliano que va 13 días retrasado por lo que su Navidad es el 7 de enero y el año nuevo, Novi God, es la fiesta principal.
Beben vodka, champaña y vino caliente y cenan esturión, arenque con papas y crema y otros pescados ahumados, ensaladas, ajos y pepinos salados.
En Praga capital de la Checoslovaquia en que viví, había conciertos en iglesias y la cena consistía en ensaladas, papas, salchichas y truchas elegidas vivas en peceras callejeras y cocinadas en las casas con almendras; se bebía cerveza y Stare Misliviesca, que significa viejo pescador y es licor de yerbas que ayuda a la presión arterial que se afecta, por estar al centro de Europa, lejos del mar.
Pasé una preciosa y nevada noche navideña en una aldea de los Montes Tatras, donde mujeres vestidas con trajes típicos arrullaron al Niño, cantándole suavecito y meciéndolo en preciosas mascadas.
San Nicolás llega a Alemania, el 5 de diciembre; pero las niñas abren sus regalos hasta el 24, tras encender las luces del árbol y cantar villancicos.
Y lo acompaña Knecht Ruprecht, diablo negro y cubierto de campanas, con una vara para castigar a los mal portados.
En Chile el regalador en Navidad es el Viejito Pascuero; celebran las familias completas con asados carne de res o cordero y deliciosos mariscos como ostiones, centolla, patas de jaiba y machas a la parmesana; mientras en Año Nuevo, los jóvenes se van a la playa porque empieza el calor del verano austral y al contrario de las de México, son más frescas que el interior.
Les encanta su pan de pascua y los diarios hacen concursos para ver cuál panadería vende el mejor; probé muchos y los encontré secos, nada que ver con el rico fruit-cake que pese a su nombre inglés, procede de la antigua Roma y comemos en México y otros países.
Y beben vino, pisco, cerveza y colemono, parecido al eggnog de yemas de huevo, crema, nuez moscada, whisky, azúcar y claras batidas, que hacía mi papá para Navidad y Año Nuevo.
El nombre colemono me intrigó, hasta que conocí su origen; que creo les conté, pero repito por si acaso.
En su divertida Una Historia Loca de Chile, que me enseñó historia y dio sentido a los nombres de calles y poblados que recorrí con Matías, el periodista Hernán Millas asegura que el presidente Pedro Montt -hijo mayor del también presidente y estadista Manuel Montt que gobernó de 1851 a 1861- era feo y gris y por su tétrica figura vestida de negro, parecía cochero de pompas fúnebres.
Y como para marcar contraste se casó ya cuarentón, con Sara del Campo; lindísima, chispeante, veinte años menor y de la que se murmuró, le era infiel.
De soltero, Pedro era aficionado al trago y la parranda y como era costumbre portaba una pistola Colt que entregaba a las dueñas de las casas de remolienda, para evitar hechos de sangre.
Una de esas noches, se acabó el ron y el cogñac y como las muchachas querían retenerlo, echaron aguardiente y azúcar a una jarra con leche.
Le gustó tanto, que lo bautizaron Colt de Montt; con el tiempo derivó a cola de mono y como los chilenos se comen las letras, a colemono.
Hay otras curiosas celebraciones, de las que me enteré por Animal Político.
En Australia, el 25 hacen fogatas y barbacoas playeras y el 26 trabajo comunitario recordando el Boxing Day, cuando en el Reino Unido se repartía dinero a los pobres; otros participan en la carrera de yates Rolex, de Sidney a Tazmania.
En Austria San Nicolás premia, pero su ayudante Krampus mete en un saco a los desobedientes.
En Cataluña apalean al Caga Tió, tronco hueco al que pintan una cara humana con todo y boina, para que defeque los juguetes colocados por los padres.
En Islandia las familias pasan Nochebuena leyendo libros; por lo que en octubre salen a la venta, ediciones navideñas.
Japón es mayoritariamente budista y no celebra al Niño, pero el 24 comen en Tokio pollo de la Kentucky Fried Chicken que llegó en 1970 y es tan popular, que recibe pedidos desde septiembre.
Los niños sirios esperan al “camello del niño Jesús" el más joven y lento de la comitiva de los Reyes Magos.
En Ucrania se decora árboles con cintas, recordando a una viuda que por no tener más adornó con telarañas un arbusto, que conmovidas arañas transformaron en cadenas de oro y plata, sacándola de la pobreza.
Y en el poblado colombiano Quimimayo del Valle del Cauca, descendientes de esclavos celebran Navidad hasta el 24 de febrero adorando a un niño dios negro, porque los amos no les daban libre el 25 de diciembre.
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