* Oír y escuchar no es lo mismo.
La apertura y capacidad para el diálogo son distinciones claves de todo buen político.
El que un gobernante sepa escuchar es el elemento más importante para lograr la empatía con las personas. Para ponerse en el lugar del otro y saber lo que siente o incluso lo que puede estar pensando. Esto permite construir acuerdos y evitar o resolver problemas.
Una vía para lograr la empatía es el uso del diálogo. Este requiere de voluntad; capacidad para escuchar así como comunicar bien lo que uno quiere decir.
Son pocas las ocasiones en las que se da un auténtico diálogo entre gobernantes y gobernados. No me refiero a los eventos públicos o mítines donde se da una comunicación, si la hay, en un sólo sentido, del gobernante hacia el gobernado. Sino a las ocasiones donde hay un diálogo de ida y de vuelta. Cuando esto sucede; la autoridad; ¿realmente escucha o solo simula escuchar?
Una de las razones por las que son infrecuentes los auténticos diálogos que devenguen en acciones positivas es que nosotros como ciudadanos no tenemos afinadas o de plano no usamos nuestras herramientas de empatía, de saber escuchar y comunicar. El diálogo productivo es como el baile; requiere que las dos partes sepan hacerlo bien para que no se pisen los pies o no den pena ajena al bailar.
¿Por qué no hay más ocasiones para el diálogo? ¿Por qué no nos escuchan como quisiéramos? Una razón es que los gobernantes oyen tres cosas de la gente: 1) Críticas 2) Reclamos y 3) Ofrecimientos de ayuda. Las primeras dos son mucho más comunes y tienden a generar de ellos un rechazo. Por otro lado la expresión de ayuda les tiende a generar desconfianza pues pueden pensar "algo ha de querer" quien ofrece ayuda o piensan que ellos saben como hacer las cosas y que no necesitan ayuda.
Imagínese escuchar, día tras día, mes tras mes, año tras año solo críticas, reclamos y muy ocasionales propuestas de ayuda. Así todo el tiempo. Es cierto, escuchar o por lo menos oír es una obligación de todo gobernante que se diga demócrata pero si la autoridad no está curtida o a la altura de las circunstancias muy posiblemente llegaría un momento en el que ya no querría hablar o ver a nadie. De ahí también la tendencia del mal gobernante a refugiarse en las loas, generalmente exageradas o de plano falsas, a manera de bálsamo para compensar las críticas y los reclamos. Esto conduce a la cerrazón al diálogo y
genera un círculo vicioso donde el gobernante se aísla cada vez más de la realidad y de la gente.
Los ciudadanos tenemos una corresponsabilidad en saber
cómo lograr encuentros para promover un diálogo sensible pero también productivo con las autoridades. Por eso nos conviene usar las mismas herramientas que nosotros les exigimos a los gobernantes para llegar a los acuerdos y soluciones que necesitamos y que a todos nos convienen.
gastonluken@gmail.com
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