Por Teresa Gurza
¡¡¡FELIZ 2013!!!
Nadie descubre el hilo negro al decir que nuestros actos tienen repercusiones inmediatas y a largo plazo.
Y que cerca de la muerte, es cuando más reflexionamos sobre lo que hicimos o dejamos de hacer.
Pero como no siempre lo recordamos, ahora que me llegó un correo que habla del asunto se los comparto por si puede serles de utilidad.
El texto es de una tanatóloga llamada Bonnie Ware, quien por su trabajo en el área de cuidados paliativos de varios hospitales, ha tenido trato constante con pacientes terminales y pasado muchas horas conversando con personas gravemente enfermas.
Asegura que esa proximidad, le permitió darse cuenta que se crece espiritualmente al enfrentar la propia mortalidad.
Y que luego de pasar por las etapas de negación, temor, enojo y remordimientos, los pacientes llegan a aceptar su situación; y que todos los enfermos que entrevistó encontraron la paz antes de partir.
Agrega que cuando les preguntaba si tenían algún remordimiento o había algo en sus vidas, que les gustaría haber hecho de forma diferente “siempre, una y otra vez, surgían los mismos temas; pero ya era demasiado tarde para ellos, porque la salud da una libertad que sólo se entiende cuando se pierde”.
Lo que le dijeron, podría agruparse así:
1.- El deseo de haber tenido el coraje de vivir una vida como querían, y no como otros esperaban.
Dice la tanatóloga que la mayoría encontraba que sus sueños no habían sido cumplidos, por elecciones no tomadas debido al temor por la opinión de los demás.
2.- El deseo de no haber trabajado tanto.
Lamentaban haberse perdido la juventud de sus hijos y la compañía de sus parejas, buscando ingresos que no hubieran necesitado, de haber optado por una vida más simple y sencilla.
3.- El deseo de haber tenido valor para expresar sus sentimientos.
Los pacientes enfatizaron que en muchas ocasiones ocultaron sus sentimientos en un afán de no tener conflictos con otros; lo que detonó amargura y resentimientos que finalmente desembocaron en infelicidad y enfermedades.
Y es que si bien no podemos controlar las reacciones ajenas, sí podemos cambiar nuestra forma de comportarnos ante ellas terminando relaciones basadas en la autorepresión, o elevándolas a un nivel más saludable.
4.- El deseo de haber estado más en contacto con los amigos.
Al concentrarse en la vida propia, a menudo no se comprenden los grandes beneficios que proporciona el contacto con los viejos amigos; y se olvida darles el tiempo y esfuerzo que merecía frecuentarlos y eso al final, siempre se echa de menos.
Pero para entonces, los amigos ya murieron; o uno está en vísperas de hacerlo.
5.- El deseo de haberse permitido ser más feliz y reír más.
Este, dice la doctora, “es un remordimiento sorprendentemente común tanto en mujeres como en hombres”.
Porque la mayoría no comprende hasta esos instantes postreros, que la felicidad es una elección personal; y esa incomprensión los tuvo atrapados en viejos patrones y hábitos.
Todos hubieran querido poner en sus vidas más risa y tal vez un poco de tontería; haber vivido con menos pretensiones, exigencias, severidad y solemnidad.
6.- El deseo de dejar las cosas financieras arregladas; fue algo general en los hombres.
Pero no porque el dinero o el status tuviera importancia en esos momentos; sino para beneficiar a los seres más amados.
Lo malo es que ya estaban demasiado enfermos, para ocuparse de estas tareas.
Todo esto que escribió la tanatóloga, coincide con lo que platicamos mi esposo Matías y yo en las últimas semanas de su vida; cuando al hacer balances, meditar juntos y analizar nuestros pasados y como los habíamos enfrentado o resuelto, concluimos en que no siempre lo hicimos de la mejor manera; pero hablarlo, fue muy importante para entendernos y unirnos más.
Porque al final, en esos últimos momentos, lo que queda y lo que vale son el amor y la amistad; y ahora que aún estamos a tiempo, es importante elegir desde el corazón como queremos vivir.
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