Por Julio Pomar
Buena muestra de que intenta cumplir con sus ofrecimientos de campaña electoral, está dando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a un mes y días de haber accedido al poder. Se dice con realismo y sensatez que será muy difícil que asuma a plenitud el conjunto de sus ofrecimientos electorales, ni que satisfaga la inmensa expectativa que despertó su democrática llegada arrolladora a la Casa Blanca. Es hoy la cabeza política formal del imperio y eso tiene mucho que decir de su futuro desempeño. Así que sin pecar de ingenuos, podemos decir que su intento tiene el mérito de plantear una línea de correcciones a la torpe, esquinada y parcial política de los ultra conservadores norteamericanos que durante 8 años, cuando menos, infligieron con su poder al mundo el terror armado, y en lo interior, uno de los saqueos económicos más evidentes que haya sufrido el pueblo de Estados Unidos en toda su historia.
Uno de sus lemas en campaña fue que “el rescate no es para los bancos, sino para la gente”. Está por verse qué tanta eficacia tiene en el empeño. Pero no cabe duda que hasta en un análisis superficial, su insistencia en que su propósito no es salvar los mega negocios de unos cuantos privilegiados cresos ultra millonarios muy poderosos, sino proceder a tender una mano a los múltiples perjudicados de la política ultra conservadora, da una nueva certidumbre e imagen de que sus propósitos son serios, que no fueron frases de campaña --demagógicos, pues-- sólo para obtener el voto de los electores y después olvidarse de ellos.
Los intereses heridos ya empiezan incluso a intentar ridiculizarlo en caricaturas y sarcasmos. Lo acusaron y acusan de algo que en definitiva no es: de socialista. Piensan que irremisiblemente irá al fracaso. Pero todo indica que simplemente pretende reabrir el camino keynesiano que aplicó el más grande presidente que ha tenido la superpotencia, Franklin Delano Roosevelt. Y Keynes estuvo siempre muy ajeno a cualquier filiación socialista, sino que, más bien, su teorización económica fue producto de la inquietud capitalista ante el empuje socialista de las primeras décadas del siglo 20. O sea, fue un corrector del capitalismo como sistema, que acababa de pasar por la gran crisis del año 29. Siempre él y otros pensando en el peligro del comunismo. Pero ya se ve que reabrir la experiencia keynesiana es en EU más difícil que llegar a la Luna.
La experiencia obamista no está siendo debidamente percibida en muchas partes del mundo. No se entiende acaso que cuando el imperio afloja las tensas riendas, que parece ser la tendencia de la nueva política de Obama, esa es una oportunidad de oro para las naciones pobres o semi-pobres del mundo, y para amplias masas de la Humanidad, siempre y cuando sea entendida en sus términos reales. Menudean las voces escépticas, más que las de quienes ven el giro de la política presidencial de EU como un acicate para preparar y ejecutar cambios propios, que son necesarios después de tres décadas de neoliberalismo aplastante, depredador y excluyente.
México no es la excepción. El actual gobierno de Calderón parece andar en las antípodas de esta preocupación de real-politik, si acaso piensa en ello. Su combate a la crisis parece y es una pálida respuesta a los apremios de una debacle de la política económica seguida fiel, servilmente, desde los mediados de los 80, con De la Madrid-Salinas al frente del gobierno, que se suma a las graves crisis de crecimiento y desarrollo económico-social que México ya experimentaba desde antes, con su “desarrollo con miseria”, que eso produjo el llamado modelo del “desarrollo estabilizador”. Los ricos pueden seguir siendo ricos, y los pobres se quedan en lo que han sido, con algunas reformas sociales que mantengan la estabilidad. Pero lo que nos deparó el destino con las contrarreformas salinistas-zedillistas neoliberales fue algo mucho peor. Fue el imperio brutal del capitalismo salvaje dependiente.
Una verdadera estrategia anti crisis debía estar determinada, desde las profundidades de la misma crisis, a salvar a las inmensas masas de mexicanos que en número de 60 millones de habitantes, no ven perspectivas de avance. Reducir la brutal brecha entre opulencia e indigencia debiera ser la palabra de orden del momento. Frente a ello, se apoya a los empleadores, pero no al empleo; a los voraces empresarios anti sociales, antes que a los sectores populares; a las concentraciones de poder monopólico privado, frente a las opciones de desarrollo social real.
Les pasa de noche a los dirigentes nativos el enunciado de la política anunciada por Obama: “El rescate no es para los bancos, sino para la gente”.
pojulio2@gmail.com
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