Por Teresa Gurza.
En este mundo complicado y violento en el que vivimos, la información fluye en todas partes y a todas horas.
Y también, la desinformación.
Hace ocho años me ofrecieron un trabajo periodístico, aparentemente ideal.
La empresa estaba (o está) en Cuautla, Morelos, a unos 30 minutos de mi casa; se podía hacer por Internet y pagaban lo que nunca soñé recibir por redactar notas de menos de 300 palabras.
Me citaron dos veces a un galerón techado, donde unos 20 hombres jóvenes de muy modesto aspecto escribían en computadoras.
A cada rato hacían pausas para comentar artículos de Google, felicitar a quien había ganado más dinero, comer y beber gratis lo que dos muchachas ofrecían y presumir lujosas motocicletas, estacionadas ahí mismo.
Uno de ellos, sería mi “instructor”.
Me dio temas para tres notas de prueba y en la segunda cita, me acompañó a subir tres pisos por una escalera metálica de caracol, para entrevistarme con el gerente; honor, dijo, que pocos recibían.
El "ejecutivo" me abrió una cuenta en Facebook, dijo que sería innecesario colocarme corrector gramatical como a los de abajo, que mi paga estaría en relación al número de artículos aceptados por Google y los lectores que tuvieran y sería no menor a 300 mil pesos mensuales; alrededor de 17 mil 700 dólares de entonces.
Se explayó explicándome, que debía hacer 15 notas a la semana; algunas “políticas” y otras de lo que estuviera de moda, pero todas con información aparentemente cierta, pero falsa, que ellos me darían y con títulos “que jalaran”.
Y otras dos semejantes a una que me dio a leer, de contenido sexual asqueroso y machista.
Cuando aclaré que escribiría solo certezas basadas en mis reporteos y nada sobre narcos y cochinadas, se le fue la amabilidad.
De regreso a mi casa pensé que como empezaban a moverse las fichas para las candidaturas presidenciales de 2018 y se me dijo que lo “político” debía ser sesgado en favor de Margarita Zavala, la empresa tendría relación con el expresidente Felipe Calderón.
Quise averiguar más, pero dos amigos me disuadieron.
Desde mi experiencia en esa fábrica de mentiras, se volvió casi obsesión checar notas que me parecen sospechosas.
Y generalmente acierto, porque las falsedades prenden como leña seca en redes sociales.
Pero aún no he logrado saber quién gana con la difusión de poemas y artículos inocuos que cambiando los nombres de autores y dando detallada cuenta de lo que no ocurrió, mandan a chats familiares y amigos.
Y tampoco la razón para que cuando les aviso que es infundio, la mayoría reaccione como si no hubiera visto el mensaje, responda que así se lo mandaron, que no se sabe ni qué creer, que cierto o no es bueno o divertido, o que no tiene ninguna importancia precisar autor, año o lugar.
Pero sigo insistiendo por temor a que si nos acostumbramos tan fácilmente a lo falso aceptemos al rato ser manipulados en cuestiones peligrosas contra la democracia.
Como pasó a ingleses en el Brexit, a gringos con Trump y a rusos con la invasión a Ucrania, entre otros acontecimientos recientes.
Y periódicos serios han estado advirtiendo ya, sobre la proliferación de empresas dedicadas a fabricar Fake News.
El País ha publicado varias alertas y este 17 de febrero, en un artículo de Joaquín Gil y José María Irujo denunció que criminales de muchos países “ficharon a una firma española de desinformación, para lavar su imagen en la red.”
Se trata de Eliminalia, fundada en 2013 por Diego Sánchez Jiménez, que ha extendido su red criminal por Turquía, América Latina, Europa y Estados Unidos.
Y ha ganado millones de euros por “limpiar” en Internet la reputación de violadores, políticos corruptos, narcos y blanqueadores de dinero de 54 países.
El asunto fue investigado y revelado por la organización de periodistas Forbidden Stories (Historias Prohibidas) que trabajan en una veintena de medios como El País, The Washington Post, The Guardian, Le Monde, Der Spiegel y Haaretz.
Y ha evidenciado las trampas de Eliminalia para desaparecer malas famas, mediante webs falsas y uso fraudulento de leyes.
En Latinoamérica sus clientes son personajes como el exgobernador priista de Veracruz, Javier Duarte, actualmente preso; médicos vinculados a la pinochetista DINA, como Hernán Horacio Taricco Lavin.
Venezolanos sobornados por la brasileña Odebrecht, como la esposa del exministro de Haiman El Troudi.
Y empresarios que blanquean ganancias del cartel mexicano Los Zetas, como Miguel Ángel Colorado; militante del Partido Acción Nacional.
Cumpliendo con su eslogan “eliminamos tu pasado”, ha borrado también las huellas de la compañía italiana Area Spa; multada por vender sistemas de espionaje al régimen sirio.
Y las del banco suizo Compagnie Bancaire Helvétique, usado para depositar fortunas mal habidas.
Sus tarifas van de 500 a 427 mil 584 dólares, dependiendo del número y complejidad de los artículos quitados o cambiados por favorables.
Y para ello recurre, a sociedades pantalla que ocultan rastros y engañan al algoritmo de buscadores como Google, para que posicione supuestas bondades y entierre lo inconveniente.
La telaraña de 600 webs que Eliminalia utiliza, es manejada por su compañía Didac ubicada en Florida, que controla decenas de portales falsos de apariencia real como Le Monde France, London New Times y CNNEWS.
Y en febrero de 2022, trasladó uno de sus cuarteles generales desde Kiev capital de Ucrania, a Tbilisi capital de Georgia.
Otro “estratega en el negocio de desinformar”, dice El País, es José María Hill Prados de 62 años y fundador de la organización de acogida de niños rusos Padres para Siempre, eligió Ucrania como sede “porque los controles de lavado de dinero son casi inexistentes”.
Los dos se negaron a responder a los periodistas sobre su implicación en favorecer delincuentes y su despacho legal parisino indicó “las preguntas remitidas, afectan al secreto profesional…”
Pero como resultado de la investigación hecha por los medios mencionados, Eliminalia debió cambiar de nombre este 20 de enero; ahora se llama, Idata Protection S.L.
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