Por Gerardo Díaz Valles
Hay de suicidas a suicidas, los discretos y silenciosos, y los que prefieren la estridencia, hoy en día hay quienes se quitan la vida mientras están conectados por medio del Face Book pero quizás todos tengan en común que siempre avisan o dan señales claras de sus intenciones de despacharse al otro mundo.
Cuando niños, nos dijeron que los suicidas se iban derechito al infierno, que estaban mal todos aquellos que en un acto de debilidad o flaqueza espiritual, optaban escaparse de sus problemas “por la puerta falsa”, como si los suicidas, muchos de ellos personas brillantes, aparentemente normales, fueran una especie de poseídos por fuerzas extrañas sucumbían a sus fantasmas y tribulaciones.
Ya de chavos, tras leer algo de Baudelaire, Lovecraft o Edgar Allan Poe, entre otras lecturas depresivas, que no deprimentes; llegamos a tener como muchos otros adolescentes, una cierta fascinación por acercarnos a lo desconocido, la muerte, al límite de nuestras posibilidades, la trasgresión de la razón, coquetear con la locura, la muerte, el desamor. “Esta vida que Dios nos presta, es para hombres muy hombres, y mujeres muy mujeres”, nos decía Don Chuy, en el Catecismo. Luego empezamos a ver los casos de suicidios como un tema atractivo, incluido el enfoque sociológico del suicidio, al reflejar cada caso, una faceta de nuestra propia maraña social, a veces caótica, inconsistente en su tejido y funcionalidad. Varios son los casos de personas atormentadas que nos tocó atender como reporteros, en ocasiones “dar consuelo” a los familiares y hasta encarar reclamos de algunos allegados al suicida, como aquella mujer que era la amante de un suicida, a quien a causa de una de nuestras notas rutinarias le cambiamos su vida: “al parecer por alguna decepción amorosa”, “el reciente rompimiento con su pareja”, “con quien se presume sostuvo una fuerte discusión”, escribimos y le perjudicamos sin querer su vida, pues los familiares se reprochaban entre sí, como un intento en vano de sacudirse un estigma, una maldición, una mancha, o castigo venido de sabrá Dios donde. Incluso hubo sonados casos de “suicidios colectivos” por alguna especie de contagio social por niveles delirantes de fanatismo, o que decir de los aparentes “suicidios de animales”. Que si los medios informativos distorsionamos, trivializamos o hacemos apología del suicidio, no deja de ponernos a reflexionar. “Hoy entierran gratis, vámonos muriendo todos”, gritaba un ranchero en cierta canción popular, recordándonos que esa cultura de la muerte mezcla de morbo, fascinación y reverencia la traemos en nuestra “base de datos”. En suma un asunto serio y delicado que nos obligan a voltear al entorno en que nos movemos. Que si somos más proclives a una suerte de autodestrucción lenta, silenciosa e imperceptible; que si nos deprimimos mas en ciertas épocas del año, que si nadie está exento de sucumbir al “canto de las sirenas” en alguna época de nuestra vida. Como sea, nunca olvidaré la elocuente carta póstuma de una joven madre suicida quien un mal día se tirara de un onceavo piso de un edificio en el centro de Mexicali. El impacto que nos causó enterarnos poco después, que su hermano también joven, hizo lo propio unos meses atrás, volándose la tapa de los sesos con una pistola calibre 38. Por eso el pensar en este muchacho deportado, Giancarlo con varios ingresos al Hospital General y quien eligiera el 14 de Febrero para hacer pública su auto inmolación, “porque no le había ido bien”, nos mueve a considerar que nos falta mucho por entender y encarar como sociedad este tema.
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