Por Teresa Gurza
Al poner al frente de la Iglesia Católica a un nativo de una región con 483 millones de católicos, más de 40 por ciento del total, los cardenales terminaron con mil 300 años de papados europeos.
Hay otras muchas primeras veces en este hecho; pero que el nuevo Papa sea jesuita, me parece la característica más peculiar de la elección de Jorge Bergoglio.
Porque los miembros de la polémica orden religiosa que fundó San Ignacio de Loyola y aprobó como Compañía de Jesús el Papa Paulo III en 1540, tienen como norma no aceptar cargos dentro de la jerarquía eclesiástica.
En 1773 el Papa Clemente XIV suprimió la Compañía; y como consecuencia, los jesuitas fueron expulsados de todos los dominios españoles.
Pero no fue para siempre, porque Pío VII la restauró en 1814 y regresaron a América Latina para continuar su labor misional y educativa.
Como todos los sacerdotes al ser ordenados, los jesuitas hacen votos de castidad, obediencia y pobreza; pero son los únicos en hacer un cuarto voto, el de obediencia y lealtad incondicional al Papa.
Y en asumir un compromiso personal con su congregación, de rechazar obispados y cardenalatos; que únicamente aceptan, cuando un Pontífice lo pide por razones importantes.
De modo que muchas cosas tuvieron que pasar, para que llegara este alegre Papa Francisco, de zapatos gastados y amigo de pepenadores.
Su entronización, fue un espectáculo litúrgico lujoso y lleno de colorido; de esos que le salen tan bien al Vaticano.
Y pese a las intrigas y crisis que afectan a la Iglesia, asistieron delegaciones de 132 países, a los que poco importaron las responsabilidades de varios obispos en casos de pederastia y malos manejos de las finanzas vaticanas.
Razones que según admitió el Papa Ratzinger, provocaron su renuncia; y que todos esperamos el Papa Francisco enfrente y combata.
Y hay datos que indican que podría ya haber empezado a hacerlo.
Relata Bernardo Barranco en La Jornada, que Bergoglio se topó en la Basílica de Santa María la Mayor con el arzobispo emérito de Boston Bernard Law, acusado de haber encubierto a 250 curas pederastas, y le prohibió en forma tajante seguir frecuentando esa basílica.
La Compañía de Jesús ha sido muy poderosa; tanto, que a su superior o “padre general” se le ha conocido como el Papa Negro.
Pero su influencia dentro del Vaticano disminuyó en las últimas décadas, por intrigas y celos de Los Legionarios de Cristo y el Opus Dei.
En nuestro país, los jesuitas han tenido temprana y fuerte presencia.
Durante la Colonia tuvieron 22 colegios, entre ellos el de San Idelfonso que data del siglo XVI, y algunas universidades.
Actualmente 380 jesuitas distribuidos en 56 comunidades de 18 de los 32 estados de nuestra República, están a cargo de varios colegios y ocho universidades, seis propias y dos asociadas.
Mi abuelo materno, el arquitecto Benjamín Orvañanos, me contaba que para ayudar a la Compañía cuando el conflicto religioso del siglo pasado, aceptó ser rector del colegio Bachilleratos; fundado en 1931, incorporado a la UNAM en 1934; y al que en 1951, se le cambió el nombre por Instituto Patria y dejó de existir cuando los jesuitas decidieron dedicarse a niños de menos recursos.
Los jesuitas son reconocidos por su alto nivel de formación cultural y humanística; y son muchos y destacados, los teólogos, pedagogos, estadistas, escritores y científicos, egresados de sus universidades en todo el mundo.
Pero por supuesto estudiar con ellos, no es garantía de nada; y eso ha quedado claro, con muestras como Vicente Fox.
La Compañía de Jesús ha tenido decenas de santos; siendo los principales en América Latina, San Pedro Claver quien cuando los teólogos aún discutían si los negros tenían alma, defendió acérrimamente y hasta su muerte ocurrida en 1654 en Cartagena de Indias, los derechos humanos de los esclavos colombianos.
Y el chileno Alberto Hurtado, fallecido en 1952 y canonizado por Benedicto XVI en 2005, famoso por pedir a los ricos “dar hasta que les duela” y por dedicar su vida a los más pobres de Chile, a los que llamaba “patroncitos”; y para quienes abrió escuelas, albergues y talleres.
Ellos, como ahora el Papa Francisco, son ejemplo de compromiso cristiano con los marginados.
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