Por Omar Millan (AP)
TIJUANA.- Gustavo Torres había sido deportado por Estados Unidos hacía poco tiempo, no tenía domicilio fijo, era adicto a las drogas y se dedicaba al “narcomenudeo”.
Fue asesinado a puñaladas por un individuo al que le debía 25 dosis de heroína, según la Procuraduría General de Justicia del estado de Baja California (PGJE), y pasó a ser una de las 221 muertes registradas en los primeros siete meses del año que las autoridades relacionan con la venta de drogas al por menor en Tijuana.
Ajustes de cuentas entre narcomenudistas son hoy la principal manifestación de la violencia del narcotráfico en una ciudad donde hasta hace poco se sucedían hechos sanguinarios casi a diario y ataques en sitios públicos, de acuerdo con el procurador de justicia del estado, Rommel Moreno.
La violencia ha mermado significativamente y el principal blanco de los traficantes son ahora los vendedores de droga como Torres, al punto de que el 80 por ciento de los homicidios sucedidos en 2011 y 2012 están ligados al narcomenudeo, afirmó el funcionario.
Esto contrasta con lo sucedido entre el 2008 y el 2010, cuando las guerras entre carteles provocaron un promedio de 800 asesinatos anuales ligados al narco en Tijuana y 70 personas desaparecidas, de acuerdo a la PGJE. Las víctimas fueron narcotraficantes, comerciantes, hijos de empresarios, profesionales, estudiantes y ciudadanos muertos durante tiroteos.
Durante esos años, la comunidad vivió aterrada por los duros enfrentamientos de los cárteles contra las fuerzas públicas y entre ellos mismos en sitios públicos, que dejaron decenas de cuerpos mutilados tirados en lugares concurridos y de cadáveres colgados en puentes.
Para el 2011 y el 2012 los homicidios relacionados con el narco habían disminuido, ya no se registraban tiroteos en las calles ni actos de sadismo. La PGJE reportó 476 asesinatos el año pasado y este año se registra un promedio similar.
Se percibe una revitalizada vida nocturna en bares y restaurantes de esta frontera. Abundan los espectáculos y festivales gastronómicos en vías públicas y las autoridades de turismo han reportado repuntes en la ocupación hotelera.
“Creo que sí ha mejorado un poco la seguridad o tal vez nos hemos acostumbrado a este ambiente. Es cierto que ya no tenemos tantos asesinatos en las calles ni colgados, pero siguen ocurriendo muertes [por el narco] y otro tipo de inseguridad, como los robos. Con lo que ha pasado quizá todos hemos aprendido a no transitar por sitios de alto riesgo”, dijo Susana Domínguez, una profesora de bachillerato que vive en la zona este de Tijuana, una de las áreas más conflictivas de la urbe.
Especialistas consultados señalan que la disminución de la violencia se debe a que el cártel de Sinaloa —que encabeza Joaquín “El Chapo” Guzmán, considerado el narcotraficante más poderoso del país— se ha apoderado del control y trasiego de la droga en Tijuana inaugurando una nueva era del crimen organizado.
“Se desmanteló a un cártel, pero llegó otro”, indicó Vicente Sánchez, investigador del departamento de Administración Pública del Colegio de la Frontera Norte (Colef). El cártel de Sinaloa, no obstante, actúa con “menos virulencia” que el que desplazó, el de los hermanos Arellano Félix, de acuerdo con Sánchez
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