En un capítulo de Los Sopranos, Tony, el carismático mafioso, habla con sus colegas sobre la falta de principios de las mafias del Este. Elabora un discurso impecable sobre la pérdida de valores de los rivales; “hasta para matar se necesita clase”, dice uno de sus esbirros. Mirando la serie pensé en dos de los grandes capos de la política mexicana: Emilio Gamboa Patrón, alias El Chupón y Diego Fernández de Cevallos, alias El Jefe.
Estos dos personajes tienen más en común de lo que quisieran admitir. Emilio, líder priísta en la Cámara de Diputados ha sido vinculado a redes de pederastas, de lavado de dinero y apropiación de terrenos en el sureste. Ha sido evidenciado públicamente incontables veces; las investigaciones desaparecen siempre.
Cuando se descubrió a Gamboa llamándole “papá” a Kamel Nacif y sometiéndose a sus órdenes para echar atrás una ley sobre juegos y casinos, la respuesta de Gamboa sobre la autenticidad de las llamadas fue: “Sí, soy yo, y de una vez les digo hay otras seis llamadas con Kamel en este sexenio”.
Con esa frase cerró el capítulo sobre el tráfico de influencias que ejerció desde el Senado. Cuando el pederasta Succar Kuri mencionó en entrevista con Loret a Gamboa como su amigo, la autoridad lo desoyó.
Gamboa sabía que ni la PGR ni la Suprema Corte lo llamarían. Es interlocutor de su partido con el Presidente, se sabe intocable.
El Jefe Diego se enriqueció litigando contra el Estado mientras era senador y coordinador de la bancada del PAN.
Carlos Ahumada, empresario-mafioso argentino, evidenció a este panista como “coordinador” de los videoescándalos contra el equipo de López Obrador, por órdenes de Carlos Salinas. Ahumada muestra a Diego como esbirro obediente del ex presidente.
En una entrevista El Jefe declaró: “Lo que hice ya lo sabe el pueblo de México, y lo volvería a hacer”.
Como los mafiosos que viven en un mundo en que son conocidas sus actividades, Diego y Emilio se atreven a estos desplantes de cinismo y admisión de sus delitos a sabiendas de que su poder al interior del sistema les mantendrá al margen de la justicia.
Las mafias políticas se perpetúan gracias a su capacidad de influencia dentro de la maquinaria. Compran policías, jueces, gobernadores y ministros; desayunan con el Presidente y litigan para los medios.
Compran y venden información privilegiada, espían a sus enemigos, especulan con bienes y recursos públicos, manipulan elecciones y protegen a criminales. Ahumada es un sinvergüenza incapaz de admitir su corrupta avaricia, pero gracias a él volvemos a vivir el escándalo de una injusticia anunciada.
Salinas, El Chupón y El Jefe, controlan al Estado con otros personajes menores. Ante la impunidad de Los Sopranos, apagamos la televisión, pero ante el cinismo de las mafias políticas aún no hay remedio.
Mientras sigan jalando los hilos de la política, nuestro pobre país seguirá secuestrado por los tramposos más corruptos y poderosos que escupen al pueblo la frase: “Sí lo hice, y qué”, a manera de cerrar casos criminales por su propia ley.
Lydia Cacho, El Universal, 11 de mayo de 2009
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