lunes, 3 de noviembre de 2008
CRÓNICA DE MARTÍN
Por Odilón García
Respiraba agitado, acostumbrado a la oscuridad. La luna llena del miércoles 18 de junio le permitía ver por donde pisaba; por la inmensidad tétrica la de la montaña y los gritos de los animales le advertían peligro, un escalofrío le recorría la nuca..
Por las noches no debía caminar…
¡lo sabía!
Y aún así lo hacía.
Quería ganarle tiempo al día al déspota sol a plomo que implacable, en silencio, le chupa la vida a todo. Como felino con la pupila dilatada --quien sabe que rostro de espanto tendría con los ojos tan abiertos-- avanzó con todas sus fuerzas, pensó en cada centímetro ganado, cada roca esquivada, cada hoyo de víbora saltado y mientras más avanzaba su corazón parecía reventar.
La visión de su hermana que lo esperaba en California era sobria, no era dulce o amorosa, pero era su impulso, regresar a la familia, a su sobrinita de brazos, a su terruño, a sus amigos a su recámara a sus días tranquilos de fin de semana. A sus 19 años de edad era solamente sandieguino, adolescente, flaco, pero con todos sus órganos nuevos –como decía su familia cuando lo mandaba al City College— “Jesús no se cansa porque está nuevo— sin embargo allá donde él estaba, únicamente, la suerte es la que te salva.
En lo alto de una roca achatada trepó como un metro y medio, pensó que estaría a salvo de los animales y de las serpientes, sintió una tarántula caminando por sus piernas y se sacudió con violencia, con horror, pero no era nada externo, solo los calambres en los muslos por el esfuerzo. Despejó su mente cuando vio el cielo estrellado y se quedó dormido, seguramente… era la madrugada.
Lo despertó un baño de agua sobre su cara, abrió los ojos y ya estaba encima de él, como puñetazos en la cara el sol apareció agresivo.
Buscó sin éxito una buena sombra.
Usó su gorra que tenía guardada en la bolsa derecha del pantalón bombacho y pidió perdón en silencio por todas las veces que se burló de su cuñado cuando salía a trabajar con un sombrero de palma.
Pero…
No estaba solo.
Un hombre triste, sentado en la montaña observaba hacia la inmensidad, los cerros superpuestos y los colores diversos que toma el cielo a diferentes alturas. Veía con nostalgia los caminos que a lo lejos se pueden observar como una línea de lápiz sobre un cartón. Estaban a 3 mil pies de altura en la punta de la montaña más alta en ese lugar sin nombre en el mapa estaban (sin saberlo) a 10 kilómetros al este de Jacumba, 7 millas sur del free way 8 y 1 milla de la frontera de México con Estados Unidos, es decir a 8 millas de la carretera la Rumorosa, en el mero centro de la formación rocosa binacional.
Parecía no respirar.
Era improbable encontrarse con alguien en este espacio sin fin, pero ahí estaba junto a la piedra.
--Buenos días oiga!
No respondió
--Señor! –le dijo acercándose aún sin verle el rostro— estamos cerca?
No respondió
--Perdóneme –ahora sí viéndole la cara y observando los ojos llenos de tristeza— señor, le pasa algo? Se siente enfermo?
--¡Yo ya no puedo estar enfermo le dijo!
Se sorprendió por la respuesta, pero no alcanzó a entenderlo.
--Ves allá –le señaló un punto lejano, pero fácil de identificar puesto que se observaba ente dos cerros— la parte más baja, pasa por allá y la carretera estará cerca. Ya vas a llegar. En un día entero estarás ahí.
Se sintió con fuerzas aunque con mucha hambre.
Emprendió el camino y luego volteó repentinamente, pensó que esa visión del hombre habría desaparecido, quien sabe porque lo presintió, pero ahí estaba él, seguía sentado añorando quien sabe qué.
--¡Vámonos señor!
--No! –le dijo con los ojos llorosos— su sigue, ya vienen por mi.
El joven se fue y mientras caminaba reflexionó: ¿ya vienen? ¿Quién? Si no hay rastros de vida a muchos kilómetros de distancia.
Cuando cayó la noche estaba próximo a la carretera y volvió a hacer lo mismo caminó entre las piedras ennegrecidas y saltando los hoyos de las serpientes. Un alma caritativa lo vio en la carretera y lo auxilió para llevarlo a la ciudad, eran las 9 de la noche.
Aquel hombre solitario en la montaña fue visto una y otra vez por decenas de migrantes que cruzaron por la montaña. Todos hablaron con él y a todos les dijo lo mismo.
--¡Ya vienen por mi!
Rafaél Hernández, comandante y fundador del grupo de rescate Ángeles del Desierto sintió que todos los migrantes se referían a Martín.
Martín era un hombre bueno, caritativo y acomodado que vivía en el valle de Los Ángeles. Hasta antes de ser deportado y terminar expulsado a Tijuana, su vida era feliz y productiva.
--Es Martincito –afirmaba seguro— lo encontramos un mes después de haber sido reportado como extraviado. Es muy triste porque su familia pensaba que estaba en Tijuana y nadie se imaginó que al comenzar junio había muerto en la amplia extensión entre Jacumba y Ocotillo al norte de la Rumorosa en México y unas 7 millas al sur del Free Way 8.
Lo vieron sentado, sin querer moverse, lo vieron muchos y lo siguen viendo. Nadie sabe que está muerto, los migrantes que no saben de esta historia solo dicen que está viejo, con la barba crecida, cansado y profundamente triste.
Para los rescatistas del grupo Ángeles del Desierto Martín no descansa en paz, se encuentra preocupado, atraído por sus 5 hijos que dejó al partir y --se interpreta-- profundamente molesto consigo mismo puesto que fue detenido por una infracción de tránsito cuando había ingerido algunas cervezas.
Martín Zamudio Torres tenía 38 años de edad al momento de morir, tenía casa propia, su automóvil impecable, trailers para trabajar, en Los Ángeles. Su esposa ha comenzado a perder sus pertenencias ante la necesidad que ha dejado con su partida. Sus 5 hijos son estadunidenses, pero su esposa no, está como millones en la cuerda floja de ser detectada y deportada de su casa, la única que conocen. Martín nació en Zamora, Michoacán.
El 22 de julio de este año fue localizado en un arroyo seco, al pie de una palmera enana que se alimenta con sus raíces profundas del agua que aún almacena el subsuelo.
De acuerdo con los migrantes que lo acompañaban cuando ya no pudo caminar, lo dejaron abandonado.
Todo el grupo fue detenido por la patrulla fronteriza y tampoco lo delataron. Pensaron que podría recuperarse y finalmente cruzar, todos se equivocaron. Más de un mes estuvo el cuerpo muerto por inanición en ese sitio bautizado como “Water fall”, caída de cascada, una ancestral formación rocosa donde hace miles de años había una corriente de agua dulce.
Las apariciones de Martín cesaron cuando el grupo de Rafael Hernández llevó una cruz al lugar donde murió, alcanzar este punto, ya conociendo las coordenadas les tomó todo un día a los socorristas de montaña expertos.
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