martes, 1 de septiembre de 2009

“El Retablo del Conde Eros”, un vodevil cubano prerrevolucionario

Por Norma L. Vázquez Alanís
Enclavado en el arrabal habanero de la Cuba prerrevolucionaria, cuando la isla era el burdel tropical de Estados Unidos, el teatro Finisterre es el escenario natural para el desfile de los grotescos personajes que dan vida a “El Retablo del Conde Eros”.

Una novela al estilo de los escritores franceses Honorato de Balzac o Víctor Hugo por cuanto al numero de personajes que la pueblan, “El Retablo del Conde Eros” presenta sucesión de vínculos fortuitos entre el actor Julián Dalmau, protagonista principal, y una caterva de cubanos unidos por el “amor al arte”.

Desolación, nostalgia del terruño abandonado en la juventud y planes de un suicidio espectacular llenan la cabeza de Dalmau, eje de esta sombría historia que se desarrolla en un país devastado por la salida de capitales y empresarios -ante el inminente asalto de la guerrilla revolucionaria-, al que llega el personaje tras su autoexilio de un cuarto de siglo en Nueva York.

En su añorada Habana descubre que el teatro donde habría de presentar la obra “Cuatro gatos encerrados”, drama póstumo del escritor Howard Owen, es una ruina y el empresario que lo contrató ya no está en Cuba.

Dalmau, desconsolado, comienza un recorrido por una urbe ahora desconocida y el azar lo lleva a una cantina, en la cual conoce a un hombre que lo introducirá en una aventura perturbadora.

El autor de esta melancólica novela, el cubano radicado en México Eliseo Alberto de Diego, recurre a un narrador erudito y al diálogo para darle certidumbre a los relatos personales de la gran cantidad de gente, muchos de ellos protagónicos, que se entrelazan en torno a la puesta en escena del texto atribuido en un primer momento a Owen, pero que resulta ser del propio Julián Dalmau.

Todos estos hombres y mujeres –algunos de ellos ya integrados como pareja y otros que acabarán siéndolo- “actúan” bajo la batuta del Conde Eros, una mezcla de Miguel de Cervantes y Don Quijote, encargado de escribir libretos pornográficos e inventarles delirios de grandeza.

En el ambiente sombrío del lumpen cubano de la década de 1950, donde hay pobreza, prostitución y teatro con sexo in situ para clientes exclusivos, el Conde Eros hace desfilar al “reparto” con descripciones casi pictográficas y presenta al lector antecedentes de sus vidas, así como a lo que se dedican en el momento de la acción.

Así, van apareciendo un tenor con pánico escénico que jamás ha pisado un tablado; prostitutas con vocación de divas del Bel Canto dedicadas al espectáculo en los teatros para hombres solos; actores que sin serlo triunfan por estar dotados de un miembro viril descomunal, y homosexuales que se lucen caracterizados de mujer en las noches habaneras de los teatros porno, desaparecidos con la Revolución.

"El retablo del Conde Eros", novela dividida en 12 capítulos y un epílogo, tiene la virtud de que a lo largo de sus 232 páginas los diálogos alcanzan un papel preponderante, no sólo por la concisión que les es inherente, sino porque ofrecen al leyente de manera concisa la información que ocuparía muchas cuartillas si el autor se fuese por el camino de la narración llana.

Eliseo Alberto de Diego ofrece al lector, a través de un “flashazo”, la personalidad de los personajes centrales y ocasionales con que se va topando Dalmau, así como su ubicación en el entorno y tentativamente en lo que sucederá a lo largo de la trama de esta obra, publicada en su primera edición en marzo de 2008 por Editorial Planeta, que si bien lleva a reflexionar sobre los vaivenes de la vida y de la muerte, tiene un desenlace previsible y casi podría decirse que un “final feliz”.

El diseño de la novela es casi convencional, pero vale la pena leerla porque da una idea de cómo era La Habana antes de la Revolución de Fidel Castro.

POST SCRIPTUM:

«El Conde de Eros remite a un personaje que existió en realidad: Baltasar Enero. Fue el quijote de la pornografía cubana, el último autor porno antes de la Revolución. Corrector de estilo en revistas, flaco, proxeneta, con una vida sexual bastante comprometedora y con unos testículos inmensos, según se cuenta... Murió en una soledad espantosa y fue, en realidad, un hombre inocente. Un pecador inocente», comentó en una entrevista el autor del libro, Eliseo Alberto, quien al final de la novela le dice al lector que él mismo es el narrador; un buen truco, pero poco creíble porque en el cuerpo narrativo hay insertos fragmentos de las comedias "reparadas" del Conde Eros, amén de capítulos del libreto de “Cuatro gatos encerrados”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario