domingo, 21 de septiembre de 2008

Lo que vi en el motín

Testimonio de un sobreviviente
Por Odilón García
Dentro de un cazo de metal, su cabeza, la respiración fundida con el sudor y el miedo. En la soledad de ese túnel oscuro buscaba protección, desesperadamente empujaba el cuerpo cada vez más adentro, las piernas no cupieron..

De cualquier forma de un disparo en los pies –y él lo sabía, lo había visto muchas veces en la enfermería del penal— no podía matarlo.
El cazo para la sopa que da de comer a más de 8 mil reclusos era todo su mundo, toda su protección, su casa y en ese momento toda su familia. Oraba desesperadamente apretando lo párpados y tapándose los oídos. En la proximidad más íntima le pedía a Dios con susurros, a veces con gritos cada vez que una detonación se escuchaba más cerca.
Jesús Parra, había recobrado su libertad después de purgar una sentencia por 20 años, conmutada por buena conducta y aplicación de la Ley de Normas Mínimas para Sentenciados en el país. Era reo federal y su libertad consistía en regresar al penal para firmar y preparar la comida para los reclusos. Los internos son en su mayoría adictos, algunos de buena conducta, una gran parte con tatuajes, otros tantos esqueléticos, unos más fornidos en su estructura, casi todos mal encarados, resentidos con la sociedad, unidos para su protección en pandillas en grupos los dos más grandes son: Los Sureños (mexicoamericanos deportados del sur de California) y Los Paisa (los nacidos en el país y por lo regular marginados).
El miedo se fue apaciguando en su corazón mientras cerraba los ojos y sentía que solo tocaban su cuerpo los sonidos grabes, punzantes de las detonaciones. Pero no estaba herido. En la cocina otros estaban tirados y los cuerpos se protegían unos a otros. El fuego cesó y decidió salir por un momento. Espió por la rendija de la puerta y observó un fuego intenso… El dormía regularmente en la cocina porque se encargaba de hacer la comida, llegaba ahí para trabajar en esto, cada fin de semana.
Era la segunda vez que entraba a cocinar, antes lo hacía en la prisión del Hongo donde hay mejores instalaciones para preparar los alimentos. La cocina industrial estaba siendo enseñada en el penal de la Mesa con Parra al frente. Entraba por los juzgados, firmaba y luego lo conducían al sótano, ahí se abría una puerta para transitar por el túnel que lleva al interior del penal. Ese túnel subterráneo es conocido como la yugular.
“Pasé por la yugular y como la segunda vez, igual… La misma gente me tocó. Pero el sábado, cuando preparaba la comida para el domingo… el motín… nunca te van a decir (lo que va a pasar) el motín se huele”, afirmó el cocinero.
Golpear las rejas, con un tan, tan, tan… tan, tan, tan… tan, tan, tan… es sinónimo de una revuelta. Pero esta no pasará a mayores. Será apaciguada. Será un escándalo controlable.
Un motín –precisa Parra— es un silencio previo. El penal se calla, no dice nada. El silencio es escalofriante y entonces todos los reos, en cada celda saben que habrá algo grande. Un amotinamiento con toda la violencia que puede dar la frustración, el miedo, la droga, los odios, el hambre, la injusticia, la tortura, el vacío en el alma de los confinados.
“…Y se olía el motín desde la noche del sábado, cuando mataron a Israel, el motín se olía, no era música de viento como le llamamos a golpear la rejas, pa-pa-pa… pa-pa-pa… pa-pa-pa… y en este caso no fue así, no era una revuelta menor iba en serio”, afirma con los ojos a medio parpado como si estuviera otra vez en el lugar y al mismo tiempo en el vehículo donde se dio la entrevista al transitar libremente –valga decirlo— por el boulevard Agua Caliente.
En ese silencio.
En esa víspera de la violencia.
Ocurrió.
Nadie lo esperaba, era día de visita, lo más atípico en los penales del mundo. Todos los internos respetan su visita, son cuando mejor se portan y esta vez se rompieron los acuerdos no escritos, se rompió todo.
Dos celadores fueron atacados, despojados de sus armas y las llaves. En segundos reos peligrosos estaban fuera. El incendio precedió el enfrentamiento, disparos e incineración de celadores. Había comenzado el refuego. Colchonetas pulgosas, zarapes malolientes, daba igual. Todo lo que ardiera se quemó. La escuela fue quemada y los disparos no se hicieron esperar. Desde el aire disparos, en las torres disparos, desde la calle disparos.
--Tronó porque a las 7 de la mañana –señala Parra-- el comandante Ibarra salió de su turno como si nada junto con su familiar el encargado del turno. Sin incluir a Israel (El fallecido) en su reporte. Eso fue, ¿¡cómo que muertito y los culpables!? Ahí se detonó todo”
--¿Y quemaron guardias?
--Pues sí!
--Tu los viste?
--Hay zonas donde no tenemos acceso, pero te lo dicen y la verdad se ve en la cara. Si te dicen un chisme se lo ves en la cara. Y te lo dicen con temor y miedo por lo que está pasando, con eso sabes que sí pasó.
Jesús habla con el código aprendido en el penal. No hay otra forma de llevar la vida más que así.
--Pero la vida de todos corrió peligro, la de un doctor, la de la visita, la de los celadores porque la guardia comenzó a tirar –perdone la expresión— a lo menso y a quien le caiga.
--Tenías miedo?
--Bastante, como nunca en mi vida. Le agradecí a Dios por todos los años de mi vida y me preparé a morir. Ese día fue una masacre.

EL SEGUNDO EVENTO
…Pero no murió, quedó atrapado en la penitenciaría, no lo dejaron salir y aunque persona con goce de liberad condicionada, no se pudo retirar, lo alcanzó el segundo motín.
--El segundo se dio por la comida, esperábamos que iba a ser diferente que iban a dar de comer y no fue así. En tambos usados en El Hongo para lavar la ropa sucia llegó un huevo en polvo mal cocinado, crudo y maloliente. Pero este no se sirvió hasta el martes.
--No esperábamos –continuó sin darse cuenta de que sigue hablando como prisionero y no como persona libre— un trato de amigos, ni amable, pero sí profesional. La cocina quedó inservible y pensamos que iba a ser diferente con buena comida y que todo se apaciguaría pero no fue así.
--Con dos días sin comer, el domingo (día del motín) y el lunes ahora fueron las mujeres quienes protestaron cuando el martes llegó una basura, en contenedores de color naranja con número de celdas en el Hongo enviaron el huevo mal cocido.
Los reos comen al utilizar un recipiente, se forman y colocan su “cacharro”, un cazo de plástico que es responsabilidad de cada uno cuidarlo. La revuelta había terminado con todos los recipientes que se quemaron y muchos, con las manos ennegrecidas por las cenizas y la tierra, juntaron sus palmas para hacer un hueco grande para recibir así el “alimento”. Otros más en pedazos de cartón o un recipiente plástico (galón de leche) partido en la mitad.
La desesperación subió de tono, la indignación fue después y algunos muertos de hambre, permítame la expresión, se lanzaron a un suicidio. Para ellos no hubo diferencia.
--Agarrabas con tus manos lo que te daban los hoyeros, el guardia decía ¡esto es lo que hay! Y con ofensas detonó una vez más la sublevación. Con el hambre que traías y el coraje, al día siguiente… (otro motín)”
Regresó a las ruinas de la cocina, regresó a la hoya de metal, volvió a apretar su cuerpo en el interior y una vez más oró pidiendo compasión por los que iban cayendo fulminados por el fuego de metralletas.
En la intimidad de la hoya, por segunda vez agradeció a Dios haberle concedió ver a sus padres después de 11 años en el sur de la Baja California y pensó en el paraíso. Jamás había estado tan conciente del aprendizaje en este mundo, de la obediencia –dijo— de la existencia de Dios y se preparó una vez más para partir.
Mientras un número indeterminado de hombres caían fusilados ante el avance de las fuerzas policiacas. En medio de un incendio, en la plena garganta del infierno.
Parra fue detenido en posesión de una escopeta recortada que traficaba hacia Baja California Sur desde Tijuana. El juez penal lo sentenció a 30 años de cárcel. Su apelación le permitió una reducción de condena a 25 años y un amparo federal le dejó una pena de 20. Esta a su vez se redujo tras la aplicación de la ley de normas Mínimas para Sentenciados quedando en 11 años 7 meses efectivos de encierro. Hoy busca trabajo en Tijuana como enfermero, su primera profesión carcelaria..

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